lunes, 3 de febrero de 2014

Sobre la enseñanza de la Guerra del Pacífico en la escuela.


ENSEÑANZA DE LA GUERRA DEL PACÍFICO


Entrevistadora, Sabrina Rodríguez López (Publimetro)
Entrevistado, Daniel Parodi Revoredo


1. A la hora de enseñar la Guerra entre Perú y Chile, ¿existen diferencias entre lo que se enseña a los estudiantes en Chile y a los alumnos en Perú? ¿En qué consisten esas diferencias, si las hay?


En realidad la historia nos llega editada, igual que en una nota periodística, por eso no llegan a nosotros los hechos tal como ocurrieron sino diferentes versiones e interpretaciones de esos hechos, las que en muchos casos se oponen entre sí. Además las historias escolares son las historias oficiales; es decir, las que el Estado quiere verter en la sociedad y eso hace que estén influenciadas por el discurso nacionalista de cada país.
null
La Historia escolar es oficial y por tanto nacionalista

Es por eso que la versión de la Guerra del Pacífico que se difunde en Chile prácticamente la justifica y valida; para ellos la guerra fue justa porque el Perú y Bolivia firmaron tratados en contra de Chile o incumplieron convenios que habían suscrito con él. Ellos consideran que Chile era un país ordenado que fue agredido por dos países caóticos y anárquicos como Perú y Bolivia y que por eso fue justo hacerles la guerra; dicen, además, que en Atacama y Tarapacá había mucha población chilena y que por ello se justificaba la anexión a Chile de estas provincias que antes le pertenecían a Bolivia y Perú.


La versión peruana, al contrario, sostiene que Chile fue siempre un país agresivo y expansionista y que esta característica se manifestó en 1879 porque entonces el Perú estaba en crisis y Chile estaba mejor armado. La versión peruana sostiene que Chile esperó siempre una oportunidad para invadir Perú y que lo hizo en cuanto esta se le presentó debido también a su interés y ambición de apropiarse de ricos recursos peruanos como el salitre y el guano.


2. En Perú, ¿hay diferencias entre colegios privados y públicos?


En realidad, la enseñanza escolar depende de muchos factores: de la formación del maestro, de la línea ideológica del colegio, de los contenidos del manual escolar, de las actividades didácticas que este manual propone y del propio alumno.


En líneas generales los manuales escolares peruanos culpan a Chile por iniciar la guerra pero también son autocríticos –tal vez demasiado- de la administración del Estado peruano en la época del guano, que es previa a la Guerra del Pacífico y cuestionan que se haya llegado a la guerra en inferioridad de condiciones económicas y militares. Más bien, yo creo que las diferencias en la enseñanza de la Guerra del Pacífico entre colegios privados y públicos van de la mano con la problemática nacional relativa a las carencias y limitaciones de nuestro sistema educativo y que se manifiestan con mayor énfasis en la escuela pública.


3. En Perú, ¿qué se destaca de la guerra? ¿Hasta qué punto puede influir la forma de presentar los hechos en generar un sentimiento de rechazo hacia el chileno o peruano?


Los manuales escolares más recientes que he consultado, tanto chilenos como peruanos, han moderado su retórica patriótica. Te lo digo porque antes la narración era un tanto épica y de ese modo prácticamente se hablaba de los valientes peruanos y los cobardes chilenos o al revés.


Actualmente la narración es un tanto más sobria y por ello es posible que estimule menos los nacionalismos exagerados o la rivalidad con el país vecino. Sin embargo, la realidad es que aún ni peruanos, ni bolivianos, ni chilenos hemos superado la guerra en nuestros sentimientos e imaginarios nacionales y por eso enterarte de ella, cuando niño en la escuela, siempre va a significar una experiencia dolorosa, principalmente para los niños de los países que la perdieron.


Para que esto no ocurra, en los tres países debería existir conciencia de que ese pasado ya pasó y de que no volverá más. Pero para que eso ocurra tiene que implementarse una política bilateral o trilateral de la reconciliación que implique gestos amistosos de todas las partes y también el reconocimiento chileno del daño que en el pasado le infligió a las sociedades peruana y boliviana. Pero estamos lejos de ello y por eso la guerra duele aún y le duele a los alumnos, claro está.


4. ¿Hasta qué punto puede influir la forma de presentar los hechos en generar un sentimiento de rechazo hacia el chileno o peruano?


Creo que en gran parte mi reflexión anterior responde esta pregunta. El tema está también en el hecho de que una guerra puede enfocarse desde diversos aspectos y la cuestión militar, batallas etc., es sólo uno de ellos. La organización fiscal de cada Estado en tiempos de guerra es otro aspecto; la correspondencia, la prensa, la vida cotidiana, las dificultades al interior de una familia durante el conflicto también lo son. Existe una serie de temas que podría ayudar a presentar la guerra de una forma distinta a la narración épica tradicional para verla desde su lado más dramático y humano, y no tanto como un enfrentamiento o competición que significa orgullo para el vencedor y rencor para el vencido.


5. ¿Consideras que las nuevas tecnologías como las redes sociales pueden ser una herramienta útil para aprender Historia? Para un alumno, quizás resulte más divertido aprender vía redes sociales que escuchando a un profesor en un aula.


A ver, una cosa es aprender y otra es informarse. Actualmente la enseñanza en el aula ya interactúa con cursos semi-presenciales o no presenciales; hoy existen diapositivas en pdf. a las que se les añade una voz humana que va leyendo sus contenidos; esto además de los foros de internet y de las redes que mencionas.


Sin embargo, yo sí creo que el proceso de enseñanza-aprendizaje requiere de un método. No se trata de escuchar a un profesor en un aula como dices. Las actuales corrientes educativas proponen, más bien, una serie de herramientas interactivas a través de las cuales el alumno es el protagonista de su propio aprendizaje.


Por otro lado, no creo que en todos los casos la educación deba significar diversión. La guerra debe enfocarse, más bien, con madurez, con mucha reflexión acerca de algo terrible que pasó y que no debe ocurrir otra vez, los alumnos deben expresar su sentir sobre ella, de manera franca y abierta. La enseñanza de la Guerra debería hacerlos mejores personas, más cívicas, solidarias y respetuosas de la vida humana.


6. ¿Algo que agregar?


Déjame darte un par de referencias sobre dos obras que he escrito, precisamente sobre esta temática:

1.- LO QUE DICEN DE NOSOTROS. La Guerra del Pacífico en la historiografía y textos escolares chilenos. Lima, UPC, 2010.
2.- La REPÚBLICA FRUSTRADA Y EL ENEMIGO PERVERSO. La Guerra del Pacífico en la Historia de la República de Jorge Basadre. Revista Summa Humanitatis 2010 http://blog.pucp.edu.pe/item/119844/guerra-del-pacifico-segun-jorge-Basadre


Fuente: http://blog.pucp.edu.pe/item/152532/ensenanza-de-la-guerra-del-pacifico-entrevista-para-publimetro

miércoles, 29 de enero de 2014

La concepción «presentista» de la Historia.


Una reflexión sobre la concepción «presentista» de la Historia

Enrique Castaños (Doctor en Historia del Arte)

En los últimos años se han multiplicado los artículos periodísticos y los ensayos en las revistas especializadas a favor de lo que podríamos llamar una concepción «presentista» de la Historia, en el sentido de que hay que potenciar y estimular el conocimiento del presente, de la actualidad histórica, en detrimento del pasado. Ese presente comprendería, en el mejor de los casos, desde la Paz Armada previa a la Gran Guerra de 1914, aunque la mayoría de quienes defienden esta posición ideológica y metodológica prefieren partir de 1939, en el caso español, o de 1945 en lo que se refiere al contexto internacional. En estas líneas sólo se pretenden hacer algunas observaciones acerca de tal actitud historiográfica en la Educación Secundaria en España, especialmente en el bachillerato, teniendo en cuenta, además, que quienes suelen adoptar esa posición prefieren limitarse al estudio de lo «nacional» o de lo local. La mayoría de quienes postulan esta concepción, suelen acompañarla de otra interpretación paralela y complementaria del «presentismo», a saber: juzgar los acontecimientos y hechos del pasado, incluso del remoto, con los juicios y valores del tiempo actual, distorsionando de ese modo, gravemente, la interpretación histórica objetiva de tales hechos. Por poner un ejemplo muy obvio: la férrea censura de publicación de ciertos libros en la España de Felipe II, o bajo el reinado de Isabel I de Inglaterra, no debe compararse ni equipararse con la practicada en la Alemania nacionalsocialista o en la Rusia estalinista. El desprecio e incluso el odio contra la libertad de expresión, que es un derecho fundamental, es infinitamente mayor en los dos últimos casos citados, entre otras razones porque ese derecho inalienable ya llevaba muchas décadas ampliamente reconocido y protegido jurídicamente en algunos países del mundo, mientras que tal derecho, aunque lo defendiesen determinados espíritus, ni mucho menos estaba generalizado ni aceptado en ningún sitio en la segunda mitad del siglo XVI, aunque ya hubiese territorios que abogasen por él, como las Provincias Unidas del Norte. No puede juzgarse una época histórica anterior a finales del siglo XVIII, en lo que se refiere a un derecho individual inalienable, con los criterios occidentales actuales, debido a que esa época no tenía ni siquiera conciencia de que tal derecho fuese fundamental. Ese tipo de juicios no puede hacerlos un historiador riguroso, esto es, que pretenda la máxima objetividad en sus investigaciones y conclusiones; y, sin embargo, los llevan a cabo de manera demasiado frecuente esos historiadores a los que estamos denominando «presentistas».
 
Pero hay otro equívoco o error intelectual por parte de ese tipo de historiadores, muchos de los cuales suelen adscribirse a una nebulosa e inconcreta «ideología de izquierdas», y digo inconcreta porque ni siquiera poseen esa consistencia intelectual de ciertos historiadores marxistas o próximos a algunas de las principales tesis del materialismo histórico, de mente abierta y tolerante, como, por ejemplo, sin ir más lejos, el recientemente desaparecido Eric J. Hobsbawm; o Frederick Antal; o Giulio Carlo Argan. Ese error, que puede estar amparado en la mala fe o en la simple ignorancia, consiste en desautorizar o desacreditar la historiografía liberal en su conjunto, así como el pensamiento liberal, extendiéndolo asimismo al liberal-conservador, en una suerte de totum revolutum sin orden ni concierto, y donde, de manera harto simplificadora, se identifica liberalismo con reacción, esto es, con lo reaccionario o ultramontano. Cuando precisamente ocurre lo contrario, es decir, que muchos de los análisis más penetrantes y de los juicios históricos más enriquecedores sobre el pasado los ha hecho esta constelación de pensadores y de historiadores, desde Montesquieu, Condorcet, Hume, Gibbon, Ferguson, Burke, Möser, Lessing, Herder y Goethe, hasta Niebuhr, Droysen, Tocqueville, Michelet, John Stuart Mill, Ranke y Mommsen, sin descuidar a los precursores del historicismo, tales como Shaftesbury y Vico. No teniendo bastante con vilipendiar a estas eminentes cabezas, la emprenden también con Isaiah Berlin, Ortega y Gasset, Karl Popper, Hannah Arendt, Raymond Aron o Friedrich Hayek. Repárese en los nombres. Quienes intentan desacreditarlos, se desacreditan a ellos mismos y muestran de ese modo su sectarismo. Se puede discrepar, incluso disentir de muchas cosas, pero propalar la inicua idea de que esos intelectuales son simplemente intelectuales «burgueses» al servicio del orden de cosas establecido, es un acto de mezquindad y de raquitismo mental inaceptable. Todos ellos son rescatables, siempre y cuando que se tenga un sentido amplio y generoso de qué se entiende por «liberal» y por «liberalismo», que principalmente suponen una defensa de las libertades individuales, del derecho de propiedad, de la real división de poderes del Estado y que la libertad no quede subordinada a la igualdad. Igualdad de derechos, igualdad ante la ley, pero no igualitarismo, igualdad indiscriminada y arbitraria. Por eso Burke, siendo como es el padre ideológico del conservadurismo europeo, supo vislumbrar ya en 1791 la terrible deriva de la Revolución en Francia; y no se equivocó. Lo que hizo fue analizar en profundidad lo que Guizot llamaría «los hechos». Por eso Hannah Arendt reivindicó la Revolución de los Padres Fundadores en los Estados Unidos, frente a la Francesa, porque allí se apreció sobre todo a Montesquieu y en Francia, desgraciadamente, la volonté générale de Rousseau, esto es, una hipóstasis del absolutismo monárquico.
 
Otro aspecto más que dudoso de esos historiadores «presentistas» de la «izquierda» es que pretendan hacer de la interpretación histórica de la intelectualidad de izquierdas una verdad incuestionable, o, al menos, una verdad más cargada de razón ética y de objetividad que la interpretación de los historiadores liberales y conservadores.
 
Pero lo más rechazable y lo más falaz de ese gremio corporativista de historiadores es su reivindicación del «presentismo» en sí, esto es, de que sólo debe estudiarse lo contemporáneo, cuanto más próximo a nosotros en el tiempo, mejor. Las revoluciones políticas burguesas de finales del XVIII les parecen ya unas raíces demasiado pretéritas, debiéndose centrar los contenidos a estudiar en el bachillerato, en el caso de España, en lo sucedido desde 1939. Olvidan que el alumno, desde los doce años, debe empezar por conocer todo el proceso histórico, desde la Antigüedad hasta nuestros días, pues, de lo contrario, no puede entender el presente. Al menos desde Grecia y Roma, pero no deberían desdeñarse el Próximo Oriente antiguo, las grandes civilizaciones extremo-orientales y Rusia. Naturalmente, en sus líneas generales; mejor dicho: en sus «grandes» líneas generales. A fuerza de simplificar los contenidos, de reducirlos hasta extremos grotescos, se ha conseguido idiotizar al alumnado. ¡Con lo que un cerebro de doce, catorce o dieciséis años es capaz de absorber! Su capacidad de asimilación es inmensa, gigantesca, siempre que se transmita pasión por el conocimiento; primero, por el maravilloso deseo de conocer en sí mismo, pero de conocer realidades profundas, complejas y esenciales (la idiosincrasia de la polis griega; el simbolismo de la catedral gótica; el cisma del raskol en Rusia en época del Patriarca Nikon); y segundo, por la inmensa satisfacción que proporciona comprender la realidad, aunque sólo sea una pequeña parcela de la misma. Los llamados «presentistas» afirman que la complejidad de la Historia Contemporánea no es comparable a la Historia anterior (esta segunda sería menos compleja). ¿Han leído a Tucídides, a Tácito, a Polibio, a Ibn Jaldún, a Maquiavelo, a Justus Möser, a Edward Gibbon, a Jules Michelet, a Jacobo Burckhardt, a Teodoro Mommsen, a Leopoldo von Ranke? En el caso español, ¿puede de verdad entenderse el presente sin conocer la romanización, el epigonismo visigodo, el Califato y las taifas, la formación de los reinos cristianos, la unión dinástica, la empresa americana, la política imperial de los Austrias, el reformismo dieciochesco, etc? ¿Es de verdad posible? No, no es factible. Formar individuos cultos, críticos, amantes del conocimiento y de la mejora moral y material de nuestra sociedad, exige, al menos, otear, aunque más deseable aún sería profundizar en el pasado histórico de las grandes civilizaciones. De ese modo, además, tendremos una conciencia más amplia, más universal, más cosmopolita, menos excluyente, de nuestro ser en el mundo.
 

martes, 10 de diciembre de 2013

Historia del Perú y Chile, textos escolares e integración binacional.

SOBRE EL PERDÓN


A propósito de la Guerra del Pacífico
Daniel Parodi (Historiador)
El jueves y viernes pasados se realizó en la Casa O'Higgins, en el Centro Histórico de Lima, el Congreso de Fraternidad Académica Chile-Perú “Diálogos para un nuevo tiempo”, organizado por el Dr. Aldo Panfichi en representación de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Dr. Esteban Valenzuela de la Universidad Alberto Hurtado de Chile. El importante evento fue inaugurado con los discursos del Sr. Fabio Vio Ugarte, embajador de Chile en el Perú, y del señor embajador Juan Fernando Rojas Samanez, viceministro de Relaciones Exteriores del Perú.
A mí me tocó hablar el jueves por la tarde sobre los textos escolares del Perú y Chile, junto con mi amigo de tantos años, el historiador chileno Patricio Rivera Olguín, cuya ponencia fue muy crítica de la historia escolar de su país debido al fuerte sesgo militar de sus relatos. También participó el historiador peruano José Chaupis, quien, en una línea de trabajo muy emparentada con la mía, llegó a cuestionar la poca atención que los textos escolares peruanos le ponen a eventos peruano-chilenos, fuera de la sobredifusión de la Guerra del Pacífico.
Es así que Rivera, Chaupis y el suscrito coincidimos en el diagnóstico de una historia escolar aún sesgada por el positivismo histórico, es decir, por un relato escolar del pasado básicamente nacionalista que prioriza hombres, batallas y héroes sobre, por ejemplo, mujeres, movimientos sociales y aspectos culturales, y en el que la narración refuerza la imagen de la colectividad propia en oposición a la vecina. Fue por eso que los dos ejes centrales alrededor de los cuales giró mi ponencia fueron la propuesta para una intersección peruano-chilena en la historia escolar, tanto como la iniciativa de una descentralización de la historia binacional sobre el escenario ideal de un fallo de La Haya acatado y ejecutado que pudiese cambiar definitivamente el futuro de la relación binacional, es decir, la manera como peruanos y chilenos nos miramos cotidianamente.
¿Qué significa intersecar las historias? Pues permitirnos en los textos escolares de educación secundaria algunas unidades con historias binacionales comunes e, inclusive, con historias del otro país desconocidas para el nuestro y viceversa, con lo que formaremos generaciones en una cultura del respeto hacia el otro antes que en la clásica rivalidad. La descentralización de la historia binacional apunta a lo mismo, pero en otro sentido, pues ataca el protagonismo que la Guerra del Pacífico mantiene en los textos escolares y la manera como su difusión eclipsa otros acontecimientos, como el apoyo de O'Higgins a la Independencia del Perú o la Alianza Peruano-Chilena contra España de 1864-1866.
Pero bien me recordó Patricio Rivera que no se trata de olvidar la Guerra del 79, ni de sencillamente reemplazarla por acontecimientos integracionistas. Así pues, la reconciliación con el pasado solo es posible cuando las partes conversan sobre su terrible vivencia, intercambian experiencias, se conocen, generan confianza entre sí y luego de ese proceso, que no es fácil, se dicen las cosas que se tienen que decir. Es así como funciona, y no lo digo yo, lo dice la extensa literatura que existe sobre reconciliación, lo dice el psicoanálisis y, en fin, toda la teoría posterior.
Que el Perú espera un perdón de Chile por lo ocurrido, claro que lo espera. Como señalé en la conferencia, es natural que la herida duela más en el lado que perdió el conflicto y que perdió territorios, más allá de las causas del evento y de las visiones que existen sobre él. Pero también debe comprender la colectividad peruana –y digo bien, la peruana– que una reconciliación como esta no es unilateral ni supone el caso de la negociación de un pliego de reclamos entre un sindicato y el empleador, es mucho más profunda, mucho más filosófica y ambas partes deben ir con dos ideas fuerza que son fundamentales: madurez y buena voluntad, pues quizá la palabra “perdón” brote, pero junto con otras palabras más, o tal vez no sea esta la que brote, sino otra parecida. Quizá, al concluir el proceso, el Perú también tenga algo que decirle a Chile. Lo que no podemos es tener miedo de decirnos lo que sentimos.
Tal vez un punto de partida para ambos podría ser comprender que el siglo XXI no es el XIX, que ninguno de nosotros peleó esa guerra, pero que, al mismo tiempo, sí es necesario que por fin hablemos sobre ella. Sobre esa base será mucho más fácil enseñar luego a nuestros niños, nuestras otras historias, las bonitas, las que nos unen, y que son muchas más. Ellos se lo merecen.
Fuente: Diario 16 (Perú). 10 de diciembre del 2013.

sábado, 12 de octubre de 2013

Debate sobre los héroes nacionales.

HOMENAJES, CELEBRACIONES, MIGUEL GRAU Y ALDO MARIÁTEGUI


Rodolfo Sánchez Aizcorve
En estos días ha habido una polémica en torno a Grau y el 8 de octubre a raíz de la columna de Aldo Mariátegui titulada “Psicología derrotista”. Para comenzar, comparto con muchos de los que han opinado en estos días en el sentido de que Aldo Mariátegui ha confundido “celebración” con “homenaje”, que es lo que realmente se realiza todos los 8 de octubre en honor al almirante Miguel Grau. Las derrotas como tales no se celebran, y el propio Mariátegui, sin darse cuenta, nos da la pista cuando al referirse a Bolognesi dice que “nadie niega la inmensa grandeza de Bolognesi en Arica, pero fue un incidente bélico muy menor…”; precisamente, porque no es la batalla en sí lo que importa, sino la disposición tanto de Grau como de Bolognesi de luchar hasta el sacrificio personal aun a sabiendas de que las fuerzas enemigas eran superiores en todo sentido; eso es lo relevante, y los homenajes pretenden recordarnos que hubo peruanos que dieron la vida luchando por su patria, aunque sea difícil creerlo en la actualidad.
El propio Manuel Gonzalez Prada, poco después de la guerra y con la amargura de la derrota encima, sacó una lección optimista del sacrificio de Grau y Bolognesi: “En el grotesco y sombrío drama de la derrota, surgieron de cuando en cuando figuras luminosas y simpáticas. La guerra, con todos sus males, nos hizo el bien de probar que todavía sabemos engendrar hombres de temple viril.”
También cabe resaltar lo que Jorge Basadre escribe en su efigie a Bolognesi (lo que se aplica a Grau por igual): “Bolognesi y los suyos probaron que ni los ejércitos ni los pueblos ni los hombres deben fijarse exclusivamente en la utilidad inmediata o en las consecuencias visibles de sus grandes decisiones. El que muere donde debe, vence y sirve. ..Al inmolarse, le dieron al Perú algo más importante que una lección de estrategia: le dieron símbolos nacionales, aliento misterioso para el alma colectiva”.
De allí la importancia de los homenajes a Grau y Bolognesi. Sin embargo de lo dicho, o quizás por lo mismo, hay que reconocer lo que sostiene el propio Basadre: el daño más profundo y duradero que nos dejó la derrota en la guerra con Chile no fue material, sino sobre todo, moral, es decir, un duro golpe a la autoestima del país que se prolonga hasta la actualidad.
En ese sentido, pero sin entrar en una competencia de héroes como sugiere Aldo Mariátegui, sí creo que tiene razón en que se debería resaltar más la figura de un héroe civil como José Gálvez, que también entregó su vida por la patria; y creo que deberíamos darle mayor importancia a la victoria del 2 de mayo de 1866, que selló nuestra independencia de España; esa fecha sí la podemos celebrar y serviría de mucho como “aliento misterioso para el alma colectiva”.
Se puede plantear dos hipótesis para explicar, por lo menos en parte, la falta de notoriedad de José Gálvez en el martirologio nacional: la primera es que en el Perú las fuerzas armadas han tenido casi siempre un fuerte protagonismo político, y Gálvez era un liberal antimilitarista; y la segunda es que, con respecto a Grau y Bolognesi, puede haber una suerte de histórica culpa subconsciente de nuestra “clase” política (militares y civiles) porque con sus mezquindades, su incapacidad o su falta de previsión ocasionaron sacrificios que, en retrospectiva, no tendrían que haberse producido.
Pero no quiero terminar sin citar nuevamente a González Prada, quien con las siguientes palabras rinde uno de los mejores homenajes a la grandeza de Grau: “Humano hasta el exceso, practicaba generosidades que en el fragor de la guerra concluían por sublevar nuestra cólera. Hoy mismo, al recordar la saña implacable del chileno vencedor, deploramos la exagerada clemencia de Grau en la noche de Iquique. Para comprenderle y disculparle, se necesita realizar un esfuerzo, acallar las punzadas de la herida entreabierta, ver los acontecimientos desde mayor altura. Entonces se reconoce que no merecen llamarse grandes los tigres que matan por matar o hieren por herir, sino los hombres que hasta en el vértigo de la lucha saben economizar vidas y ahorrar dolores”.
Fuente: Diario 16. 12 de octubre del 2013.

martes, 8 de octubre de 2013

Sobre héroes peruanos en la victoria o la derrota.

José Gálvez, héroe durante el conflicto con España (1866)

Psicología derrotista

Curioso país es el nuestro, que celebra al máximo héroes derrotados y batallas perdidas. Nuestro paladín nacional debería ser José Gálvez, un republicano civil liberal que derrotó a los españoles en el Callao a costa de su vida. O el Mariscal Ureta, quien venció a Ecuador en 1941, en lo que constituye nuestra única victoria militar en una guerra internacional.

Aldo Mariátegui,Ensayos impopulares
amariategui@peru21.com
O Andrés Razuri, quien determinó el vital triunfo en Junín, que posibilitó el magnífico resultado posterior en Ayacucho. O el Mariscal Benavides contra los colombianos en La Pedrera.
Nadie niega la inmensa grandeza de Bolognesi en Arica, pero fue un incidente bélico muy menor, un mero trámite para cerrar la pinza Tacna/Tarapacá y que los chilenos consoliden la conquista de nuestro sur extremo tras la total destrucción del ejército regular peruano en el Alto de la Alianza y en la campaña de Tarapacá (es más, la paz debió firmarse tras Arica y ahorrarnos varios años más de destrozos. Ya no había nada más que hacer en esa guerra sin tener ya flota ni ejército). Arica duró lo poco que los chilenos tardaron en trepar el morro –y no hubo por parte de nosotros una victoria increíble–, y con todo en contra, tipo Azincourt (15 mil ingleses contra 40 mil franceses) o los griegos en Maratón, ganaron.
Fue una derrota y creo que una derrota no debe celebrarse. Lo mismo pienso de Angamos: Grau cayó en una celada chilena, no pudo escapar (porque no debió salir del Callao sin limpiar sus fondos, lo que le restaba pique a ese pequeño y obsoleto barquito que era El Huáscar. Perdió como la cuarta parte de su velocidad y, por eso, no pudo huir como su acompañante La Unión) y fue masacrado fulminantemente, en un virtual tiro al blanco. Otra derrota.
Fuente: Diario Perú 21. 08 de octubre del 2013.

domingo, 28 de julio de 2013

Nacionalismo y patriotismo frente al pesimismo y cinismo individualista.

Bolognesi en Arica

Por: Martín Tanaka (Politólogo)
Hoy 28 de julio resulta oportuno recordar la obra de teatro Bolognesi en Arica, de Alonso Alegría, que estuvo en escena en Lima hace unas semanas.
Es fácil caer en la actualidad en una actitud pesimista o cínica respecto al futuro del Perú, y optar por el puro individualismo y el desapego frente a cualquier apelación a la solidaridad o a la identidad colectiva. A vivir en el presente, desinteresados por una historia que no sentimos como nuestra, o que creemos conocer, y que pensamos como una simple suma de frustraciones, derrotas, traiciones.
En Bolognesi en Arica, una estudiante escéptica se enfrenta a una clase de historia sobre los acontecimientos de junio de 1880. La profesora evita caer en una inútil lección de patriotismo, y simplemente relata los hechos. Ellos nos hablan, como espera la estudiante, de una guerra en la caímos por la irresponsabilidad y el triunfalismo de nuestra elite política. Llegamos a junio de 1880 después de perder la campaña marítima, en la que nuestro barco más importante, el Independencia, encalló por la inexperiencia e indisciplina de su tripulación; de que el presidente Prado viajara irresponsablemente fuera del país para intentar comprar armamento, situación que produjo un golpe de Estado que llevó a Piérola al poder, cuyo liderazgo estuvo marcado por la ineficacia y las disputas internas; y después de perder el control y gran parte de nuestro ejército en Tarapacá y Tacna. Así, la resistencia de Arica se percibe como inútil, encabezada por un oficial viejo que sacrifica a sus tropas, compuestas además no tanto por soldados profesionales, sino por ciudadanos armados, reclutados improvisadamente.
En la obra la estudiante va descubriendo poco a poco lo que sabemos, pero que ya casi habíamos olvidado: que Bolognesi, siendo un oficial retirado, se enroló y peleó en San Francisco y Tarapacá; que sus hijos siguieron su ejemplo, y dos de ellos murieron en la defensa de Lima. Que no quiso tomar solo la decisión de defender Arica, que ella resultó de la decisión unánime de una junta de jefes, en donde estuvieron Juan Guillermo More, el comandante del Independencia, que intentaba resarcir el error cometido en Iquique; el comandante argentino Roque Sáenz Peña, motivado por la solidaridad latinoamericana, quien luego sería presidente de su país; Ramón Zavala y Alfonso Ugarte, ricos industriales salitreros, entre otros. Este último, al estallar la guerra, canceló un viaje a Europa, aplazó su matrimonio, hizo su testamento, se enlistó y formó un batallón con sus propios recursos, y luchó en San Francisco y Tarapacá, donde fue herido. Pudiendo viajar a Arequipa para atenderse, decidió quedarse en Arica.
Los defensores de Arica rechazaron una rendición honrosa ofrecida por el enemigo, y decidieron morir en combate para dejarnos a todos los peruanos una lección de dignidad, disciplina, sacrificio y amor a la patria, un referente moral para orientarnos cuando perdamos el camino. Haríamos bien hoy en recordarlos.
Fuente: Diario La República. 28 de julio del 2013.

viernes, 24 de febrero de 2012

La Historia concebida como "sucesión de episodios traumáticos y de esperanzas frustradas”. La falsa idea crítica del Perú.

La historia y la identidad peruana

Por: Martín Tanaka (Politólogo)

La semana pasada participé en un seminario con docentes en el que discutimos sobre las miradas del país que transmite nuestra escuela pública, y vimos que aún ahora se halla relativamente vigente lo que Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart llamaron en 1986 “la idea crítica del Perú”, en la que la historia del país aparece como una sucesión de “episodios traumáticos y de esperanzas frustradas”. El Imperio Incaico, nuestra “mejor época” fue destruido por un puñado de invasores. La Colonia está marcada por el abuso, y el fracaso de Túpac Amaru impidió que esto cambiara, de allí que la Independencia no tuviera mayor significación y fuera traída “desde afuera” por San Martín y Bolívar. En el siglo XIX vivimos “a la deriva”, y por eso fuimos derrotados en la Guerra del Pacífico. Finalmente, en el siglo XX, diversos intentos reformistas fueron derrotados por la oligarquía.

El Perú sería un país inmensamente rico, y si el pueblo es pobre es porque la riqueza es apropiada por potencias extranjeras, gobernantes y élites corruptas y egoístas. La enseñanza de la historia debería mantener vivo este recuento de agravios para fundamentar una futura liberación, que requeriría necesariamente de cambios muy radicales. No debería sorprendernos la vigencia de estas ideas en la escuela y en nuestra cultura política; hace unas semanas comentaba un artículo de Sinesio López en el cual, a grandes rasgos, se basaba en este tipo de lectura (“La captura de Ollanta”, LR, 29/1/12).

De cara a la conmemoración o celebración del bicentenario de nuestra Independencia, urge un gran debate nacional en torno, primero, a la veracidad histórica de esta visión y, segundo, si es que esta es la visión de nuestra historia a partir de la cual queremos construir nuestro futuro como país. Respecto a lo primero, habría que decir que el mundo prehispánico fue admirable pero despótico, y se derrumbó por sus contradicciones internas, como han señalado María Rostworowski y otros. Nuestro orden colonial está marcado por el mestizaje y la asimilación local de los elementos provenientes de Occidente, donde, si bien fue estamental, en él pudo desarrollarse una elite indígena. Habría que leer más a Juan Carlos Estenssoro y otros.

Sobre la Independencia habría que leer más a Scarlett O’Phelan, quien rescata una larga historia de sublevaciones mestizas y criollas en nuestro territorio. Sobre el siglo XIX y la formación del Estado nacional habría que leer a Cristóbal Aljovín, Gabriela Chiaramonti o Cecilia Méndez, por ejemplo, quienes muestran complejas articulaciones políticas entre elites y sectores populares. Más adelante perdimos la Guerra con Chile pero, como muestra Carmen McEvoy, sería un error asumir el discurso del triunfador, según el cual ellos ganaron por ser “superiores” y nosotros “inferiores”. Finalmente, ya en el siglo XX, el propio Sinesio López ha planteado la visión de un Estado que va democratizándose progresivamente a partir de “incursiones de los de abajo”.

Sobre estas bases podríamos abordar mejor el segundo desafío. No deberíamos entender la historia como el remoto e inescapable origen de los males que, inalterados, sufrimos en el presente, sino como un escenario complejo y cambiante siempre abierto a diversos desenlaces, donde no hay oposiciones binarias ni determinismos ni esencias inevitables, de modo que el cambio está disponible para todos en el futuro y no pasa por fórmulas simplistas.

Fuente: Diario La República (Perú). Domingo, 19 de febrero de 2012.